miércoles, 30 de enero de 2013

LA BIBLIOTECA UNIVERSITARIA Y PROVINCIAL


Biblioteca del Hospital Real





La ‘Gaceta del Sur’ fue un diario católico granadino, que se editó entre 1908 y 1931. El 20 de febrero de 1910, salió publicado el artículo ‘Las Bibliotecas de Granada. La Biblioteca Universitaria y Provincial’, firmado por ‘S.’, donde explica los orígenes y avatares de esta Biblioteca. El enigmático autor destaca “la utilidad de las bibliotecas para la cultura del pueblo y de la importancia intrínseca de estos depósitos del saber”, da una somera idea de lo que es y debe ser un bibliotecario y las condiciones que ha de reunir, e indica algunas de las principales reglas que deben observarse en la organización, conservación y servicio de una biblioteca: “en una palabra, un resumen de Biblioteconomía”. Asegura que la Biblioteca Universitaria es la más importante de Granada y ocupa uno de los departamentos del colegio, del antiguo convento de PP. Jesuitas, “suprimido en virtud de la injustificada y por tanto arbitraria pragmática de Carlos III, dada a 2 de abril de 1767 y llevada a cabo de un modo tan neroniano, pecado del que nunca le absolverá la Historia, a pesar de lo mucho que hizo este Rey a favor de la ilustración”. El colegio fue ocupado por la Universidad en 1758 y después se estableció la Biblioteca, de manera que los libros de los jesuitas fueron el primer núcleo. Según el articulista, “la Universidad no miró en un principio con gran interés estos libros, lo que dio lugar a innumerables extravíos”.

Dos hermanos, los jesuitas Mohedano, formaron el primer índice o catálogo: constaba de 10.555 obras, en 29.483 volúmenes. Sin embargo, en el posterior catálogo del padre Echevarría –el autor de ‘Paseos por Granada’–, quedaban 4.979 obras, en 7.924 volúmenes. Aquello fue un verdadero expolio, pues desaparecieron más de dos tercios de los volúmenes. Lamentándose, el autor escribe: “A pesar de tan lamentables e inapreciables pérdidas se ve aún hoy que el fondo más antiguo de la Biblioteca Provincial lo constituyen las obras del Convento de los PP. Jesuitas. Después de la exclaustración y de la constitución de esta nueva Biblioteca, fue su primer bibliotecario don Juan Gil Palomino y luego el citado y célebre P. Echevarría”. Pero las disminuciones siguieron, pues el tercer índice, hecho después de 1811 por don Antonio Pineda, ya sólo reflejaba 478 obras en 7.260 volúmenes. Estos datos están sacados del anuario del cuerpo facultativo de archiveros bibliotecarios y anticuarios de 1881. Tras la guerra de la Independencia –numerosas librerías y archivos de conventos fueron saqueados y quemados–, ‘S.’ reconoce que la Biblioteca Provincial “era frecuentada por personas de todas las clases ilustradas de la sociedad granadina…, concurriendo los lunes, miércoles y viernes que eran los días de lectura”.

En 1837, aumentaron los libros de la Biblioteca con las aportaciones del extinguido Colegio Real Mayor de Santa Cruz y el de Santa Catalina. En 1841 ingresaron 3.131 obras, en 5.583 volúmenes, procedentes de la Biblioteca del Museo. Dos años antes, aumentó el personal y abrió al público diariamente. En 1858 se creó el cuerpo de archiveros y bibliotecarios “y ya desde entonces entra la Biblioteca en un periodo de prosperidad y bienandanza, pues el personal técnico que ha venido sucediéndose ha trabajado constantemente por colocarla a la altura de las circunstancias. Éste se rige hoy por el reglamento de 1901 y por las instrucciones de 1902 para el catálogo alfabético de impresos”. El articulista añade que la Biblioteca siguió aumentando sus fondos con los envíos de Madrid, con libros adquiridos y con varias donaciones de particulares, entre las que cabe destacar la de Riaño, que tuvo lugar en 1903, y que se compone de impresos y manuscritos antiguos y modernos, “más la verdadera valía de la donación se halla en lo referente a Granada que constituye más de las dos terceras partes. Para memoria de esto se colocó al frente del salón de lectores… el busto del señor Riaño a cuyo pie una elegante inscripción latina recuerda dicha donación”.

También figuran en este salón los retratos de los poetas Martínez Durán, Enriqueta Lozano y don Julián Sáenz de Torres, “como testimonio de gratitud por sus respectivas donaciones”. El “señor Rector y el señor secretario” envían con frecuencia obras a la Biblioteca y, asimismo, la Diputación Provincial ha donado obras referentes a San Juan de Dios y su orden. Una de las donaciones de más importancia es la de don Manuel Torres Campos, quien en diferentes ocasiones ha regalado multitud de libros y revistas españoles, franceses, ingleses, americanos…, “por cuyas donaciones se le dieron las gracias por Real orden publicada en la Gaceta de Madrid. Últimamente se ha engrosado esta hermosa Biblioteca con la particular de la Facultad de Medicina, ejemplo que debieran imitar las demás facultades, cuyas bibliotecas en vez de estar en locales distintos era más lógico pasaran a formar parte de la Universitaria, para beneficio y mayor comodidad de los lectores”. Es de notar que el articulista unas veces la denomina Universitaria y otras, Provincial.

Los signos de los tiempos parece que han cambiado y, en 1910, ya contiene 45.000 volúmenes, con varios incunables y gran número de manuscritos, algunos de ellos árabes. Además, la colección de documentos referentes al Padre Suárez es de lo más notable. Para ‘S’, la Biblioteca Universitaria “se encuentra hoy en su verdadero periodo de esplendor y apogeo tanto por lo que respecta al gran número de obras de que consta, como por lo que atañe a la ilustración y laboriosidad del personal que está al frente de ella, y por las reformas que se vienen haciendo en los últimos años por su celosísimo jefe don Francisco Guillén Robles…”. Destaca también el gran número de lectores “que concurren diariamente”, de manera que a menudo resulta insuficiente el salón de lectores y tienen que ocupar otros departamentos interiores. Finaliza el artículo, con este consejo: “Es conveniente difundir al amor a la lectura y que el pueblo se acostumbre a aprovechar los beneficios que reportan estos centros de cultura”. El autor tuvo que ser una persona culta, ilustrada, humilde y conocida en el mundillo literario granadino –se documentó bastante–, sin embargo, prefería firmar sus artículos con una simple ‘S.’ Gracias a él, conocemos un poco más de nuestra historia.


Posdata: La Biblioteca Universitaria es la del Hospital Real, y la Provincial es la Biblioteca Pública. El autor de este artículo fue el sacerdote de Churriana, Antonio Sierra Leyva, que fue párroco de Los Ogíjares. Nombrado bibliotecario, en la Biblioteca del Seminario de San Cecilio, se encargó de la inmensa labor de ordenar sus 40.000 volúmenes mediante el índice alfabético y material. En septiembre de 1936, el presbítero Sierra fue asesinado por los milicianos en Venta Pavón, Alicún (Almería). Tanto el artículo como esta información me los proporcionó un profesor, que ha querido permanecer en el anonimato.



domingo, 27 de enero de 2013

YA NO HAY ROSAS PARA POE

Tumba de Poe, en Baltimore









¡Oh, Poe!, si te dijera que la Humanidad admira precisamente a los miserables como tú, Kafka o Van Gogh, no me creerías. ¡Pero así de caprichosos somos los humanos! Con su cara aniñada –pues era inseguro, melancólico e inestable, debido quizá a su orfandad–, nos recuerda nuestros recuerdos: “... pero nuestros pensamientos eran lentos y marchitos, / nuestros recuerdos eran traidores y marchitos”, escribe en esa maravilla, surgida del fondo de la noche, como es ‘Ulalume’. Él estaba sin dinero, como casi siempre, mientras que su esposa Virginia –se casó con apenas trece años– se iba consumiendo poco a poco y, en la única carta que se conserva, Poe le confiesa: “Mi corazón, mi querida Virginia... hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti. Eres mi mayor y mi único estímulo para batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata”. En 1845 publicó su poema ‘El cuervo’, que le abrió las puertas de la fama y, con el tiempo, se convirtió en uno de los más memorables de la poesía de todos los tiempos: “... dile a esta pobre alma cargada de angustia, si en el lejano Edén podrá abrazar a una joven santificada a quien los ángeles llaman Leonor, abrazar a una preciosa y radiante doncella a quien los ángeles llaman Leonor”. El cuervo dijo: “Nevermore” (nunca más).

En sus cuentos entremezcla los ambientes de misterio y de terror, y los personajes más sombríos junto a sus alucinaciones y obsesiones personales. Los amigos del escritor recordarían cómo iba en el cortejo fúnebre –Virginia murió en 1847–: envuelto en su vieja capa de cadete, con la que abrigaba la cama de ella durante los últimos meses de su enfermedad. En 1849, Poe publica ‘Annabel Lee’, una visión poética de su vida junto a su esposa y prima carnal: “Yo era un niño y ella una niña, en un reino a orillas del mar”, escribe transido de dolor. Ese halo de misterio y de leyenda, que despedía el cuervo de Poe, ejercía cierta atracción sobre las mujeres, y así lo definía Mary Devereaux, una joven vecina que estaba enamorada de él: “... cabello oscuro, casi negro, que usaba muy largo y peinado hacia atrás como los estudiantes. Los ojos, grandes y luminosos, grises y penetrantes. Miraba de manera triste y melancólica. Era sumamente delgado...”. 


 En los años noventa, tuve conocimiento de que un extraño fenómeno ocurría en el cementerio de Baltimore: cada 19 de enero, aprovechando la oscuridad de la noche, una sombra se deslizaba hasta llegar a la tumba donde reposan los restos de Allan Poe, su mujer Virginia Clemm y su tía María. Y a la mañana siguiente, sobre la fría piedra, aparecían como por ensalmo tres rosas y media botella de coñac. Esto ha venido sucediendo puntualmente desde 1949, en que una misteriosa silueta rendía homenaje al más triste y maldito de los poetas norteamericanos. Logré encontrar fotos de la tumba de Poe: un monolito rematado con una hornacina, donde se aprecia un cuervo en relieve. También pude ver al misterioso personaje, que fue sorprendido de espaldas, mientras depositaba rosas en la tumba del poeta, durante la noche. Esta foto salió publicada en la revista ‘Life’, en julio de 1990. En el 2008, más de 150 personas se congregaron fuera del cementerio, pero el desconocido se escabulló una vez más. Sin embargo, el 19 de enero de 2010, en el 201 aniversario del nacimiento del poeta, no tuvo lugar la acostumbrada ofrenda ante su tumba

Los admiradores del poeta bautizaron a este personaje como ‘el brindador de Poe’ (The Poe toaster), y ahora se encuentran sorprendidos de que, por primera vez en sesenta años, ha faltado a su puntual cita. Según el diario británico ‘The Guardian’, unas treinta personas estuvieron esperando durante la noche, junto a la sepultura, a que hiciera acto de presencia el brindador.  El periódico ‘The Baltimore Sun’ opina que el admirador de Poe no ha acudido a la cita porque posiblemente haya muerto, mientras que los seguidores del poeta hacen cábalas con la fecha del bicentenario de su nacimiento, que tuvo lugar el pasado año. El nombre que más está sonando en Baltimore es el de David Franks, de 61 años, un conocido poeta de la zona que se había ganado la fama de bromista y que murió una semana antes del aniversario.

Jeff Jerone, el responsable de la casa-museo de Poe en Baltimore, ha vigilado el lugar cada año durante esta fecha y asegura haber visto a un individuo con abrigo negro, bufanda blanca y un sombrero de ala ancha que llegaba de madrugada, pero hace ya tres años que no lo ha visto, manteniendo así el misterio. Esto dijo en enero del pasado año. Edgar Allan Poe murió el 7 de octubre de 1849, en Baltimore, cuando contaba apenas cuarenta años de edad, después de estar tres días desaparecido y vistiendo una ropa que no era suya. Aunque nunca se aclaró la causa, ya que él decía no recordar nada de lo que le había sucedido durante ese tiempo, Poe padecía diversos síntomas asociados con su alcoholismo y depresión, además de una frágil salud. En 2006 le dediqué un artículo en La Opinión  de Granada y, en 2010, le dediqué otro en Granada Sostenible. El 16 de enero de 2009, falleció mi tía y el 18 de enero de este año murió la madre de mi mujer. No sé si serán coincidencias o casualidades, pero yo estaba pendiente de esta fecha para dedicarle el artículo al olvidado y querido Poe. He leído algunos comentarios sobre los turistas que visitan el cementerio de Baltimore y ninguno menciona la tumba del escritor, mientras comentan a algunos famosos del lugar enterrados allí.
 
Maestro, la fama te fue esquiva, enorme el sufrimiento, tardía e injusta la gloria, que cabe en la pequeña figura del cuervo que preside tu tumba. En 1849, E. Hennequin lo describió así, unos meses antes de morir: “Sonreía poco y no reía nunca. Su mirada era clara y triste. Su voz, tan baja, que parecía resonar desde muy lejos”. Y cuando estaba ya moribundo en la cama, Poe, en su desgracia, preguntó: “Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo”. Pero, como le dijeran que estaba muy grave, se despidió del mundo con estas palabras: “Que Dios ayude a mi pobre alma”. Lo triste es que ya no está el poeta que depositaba en la tumba de Poe tres rosas y media botella de coñac.

domingo, 13 de enero de 2013

LA CASITA PEQUEÑA


Delante de la casa, con mi madre








El domingo, 23 de junio de 2002, me pasé por Galera y fui a ver, como otras veces, la casa-cueva donde nací. Creo que ahora vive allí Luis, el gitano..., que está con la familia echando la temporada en Murcia. La puerta de entrada a la casa es muy antigua, de doble hoja, y un aire rancio como de cueva se filtraba por las rendijas. Ni que decir tiene que aquel espeso olor me resultaba agradable, pues no en vano debió de ser el primero que yo aspiré en este retorcido mundo. Recuerdo que era un airecillo envolvente, que venía del fondo de la cueva, y nunca antes me había ocurrido algo parecido. Al lado de la vieja puerta marrón, hay una pequeña ventana enrejada, la misma que aparece en la foto donde mi madre me sostiene en brazos, mientras yo agarro un lápiz con mi mano derecha. Los dos salimos sonriendo en la foto –¡qué feliz la mirada!, como diría Carlos Gardel–, mientras mi madre parece que me mira con cierto orgullo, y puede que hasta dijera como otras veces: “¡Mira qué colores tiene el zagal!”.

 Pero ahora la ventana no está cerrada del todo, sino que por dentro las hojas están sujetas con una cuerda. Me asomo y, en la penumbra de la sala de estar, veo que en la cornisa de la chimenea hay unos portarretratos, donde se distinguen unos niños. Por un momento, me da por pensar que mis padres han colocado los portarretratos ahí, y que ellos están dentro de la casa. “¡Pero no puede ser!, me digo. Todo esto es un engaño de mis sentidos, o quizá la casa esté encantada”. Han pasado 49 años y, a pesar de que no recuerdo nada de los dos o tres que estuve en Galera, hoy todo me resulta tan extraño y tan familiar al mismo tiempo... Las ventanas de la cámara –la troje, como la llaman aquí– son pequeñas y están cerradas, y en medio se encuentra un discreto balcón. Pero la casa en conjunto, a pesar de su aspecto abandonado y ruinoso, no deja de ser pequeña y bonita. Por la tapia de atrás, compruebo el lamentable estado del tejado, con algunas tejas rotas y otras levantadas, y la  chimenea, con grietas, amenaza con caerse de un momento a otro.

Casa de Pedro Cabezas

En una esquina de la casa, hay un pequeño corral con parte de la tapia derribada. Dentro se ve una marranera y, al otro lado, en el suelo, un antiguo tiesto de agua –de  un cántaro roto– para las gallinas. En el piso de arriba hay un pequeño palomar –al que le falta un trozo de tabique–, donde todavía están los agujeros por donde entraban las palomas. Pero ya no hay palomas. Y, en un rincón, hay un inservible cuartillo para medir el grano; me pregunto si mis padres no lo dejarían allí abandonado. Noto en el ambiente un cierto magnetismo y, quizá, entre aquellas viejas tapias, andan revoloteando los recuerdos de mi infancia, a los que nunca pude atrapar. Creo que tengo una nube en la cabeza que me impide recordar cualquier detalle, como si alguien, caprichosamente, me hubiera prohibido el regreso a la casa donde nací. Sin embargo, al mismo tiempo, tengo la sensación de que todo aquello que estoy viendo me resulta extrañamente conocido, aunque, por lo que fuera, no me está permitido llegar más allá.

Ya que no es posible vivir con el alma aferrada al dulce recuerdo de la primera infancia, me quedaba el consuelo de pensar que en aquella casa había algo que me pertenecía y que se quedó allí –flotando en el ambiente, como una pulcra mota de polvo, o quizá grabado en el yeso de las paredes–, pero que ni siquiera el implacable paso de los años había sido capaz de borrar... En aquellas oscuras y frescas habitaciones se quedaron para siempre los recuerdos inalcanzables, la memoria olvidada, los pasos perdidos, las voces apagadas, los suaves murmullos, el llanto en la madrugada... En aquellas paredes silenciosas, sentí las primeras sensaciones, olores y sabores de mi vida, mientras veía y oía por primera vez la imagen y la voz de mis padres; y luego aprendí a llamarlos en las frías noches de invierno. Y en aquellas estrechas y retorcidas callejuelas, con empinadas cuestas, al lado de la vieja carretera y de la casa azul, di mis primeros pasos, con las consiguientes caídas: eran ya un aviso de lo que me esperaba en la vida.  

Plaza Mayor


Allí, en fin, puede que por primera vez me sintiera feliz al lado de mis padres, cuando a mi hermana y a mí nos llevaban a pasear al Puente de Hierro y a la Cruz de los Caídos, o bien me dejaban suelto por las polvorientas y concurridas calles de Galera. Pero, al asomarme ahora al otro lado de la vieja calle, me di cuenta de que ya no estaba el corral donde mi padre encerraba el burro con el que bajaba a repartir las cartas a Castilléjar; y tampoco estaba el pasadizo subterráneo, por el que se subía a la casa. En los últimos años las tapias estaban derruidas y el corral lleno de escombros. “Las tiraron abajo, y el Ayuntamiento lo ha convertido en una placeta”, me dice una vecina del barrio. Entonces me doy cuenta de que unos hemos ido envejeciendo, mientras que los seres queridos fueron yéndose para siempre, callada y discretamente, como el que no quiere la cosa: ¡es el tributo que tenemos que pagarle al tiempo por el alquiler de la vida! Pero, como le tengo dicho, me crié en el barrio del Remendado, por debajo del Cerro de la Virgen.

 Sin embargo, toda aquella época de los años cincuenta quedó atrás, en el polvo del camino, y ya sólo quedan unas viejas fotos para el recuerdo, guardadas en un cajón del armario. Y una casita pequeña que, como el cerro, ya no puede tirar de su alma.

Posdata: este artículo fue publicado en la revista de las fiestas de Galera, del Cristo de la Expiración, el 2 de agosto de 2002; con el título de ‘Pedro Cabezas’, en recuerdo a la calle donde nací. Lo incluí también en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada, de 2014

viernes, 4 de enero de 2013

LA HERMANDAD DE ÁNIMAS, DE CASTILLÉJAR

Encuentro de Cuadrillas. Vélez Rubio, 2010




Los datos más antiguos de la Hermandad de Ánimas de Castilléjar se remontan a los años 1559 y 1627, donde vienen recogidos en dos libros de actas. El primer libro, escrito en castellano antiguo, tiene rasgos de escritura árabe. Hace referencia a los ingresos, en maravedíes, de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario (asociada a la Hermandad de Ánimas). En el segundo libro aparece una relación de cofrades, en 1717, que dan limosnas para que sus almas ganen indulgencias y sufragios, mientras que, en 1874, las coplas ya aparecen como una actividad de la Hermandad. Destacan entre sus ingresos o ‘cargos’: “De limosnas recogidas por las distintas cuadrillas, 104 reales; de pujas de baile, 39 reales; de coplas en la noche, 4 reales…”. Y entre los gastos o ‘data’ vienen anotados: “En convidar a los Hermanos cuando salen a cantar de madrugada, 31 reales; de garbanzos torraos, 7 reales; de media fanega de cebada para comer las bestias…, 10 reales; un celemín de cañamones, 4 reales...”. Y así cantaban a la vez que mojaban el gaznate.

En 1880 se aprueban en acta varios acuerdos: “Que cuando un hermano muera o su mujer se le apliquen tres misas a cada uno (...). Igualmente se dispone que cuando un hermano cayera enfermo tienen la obligación de ir alternando todos los hermanos, dos cada noche, hasta que mejore o Dios disponga de él”. También se conserva el escrito de un vecino devoto de Vélez Blanco que, en 1879, suplica que se le admita como cofrade: “Iltma. Cofradía de Nuestra Sra. la Virgen del Rosario Madre de Dios y nuestra”. Y finaliza así: “Gracia que no dudo merecer de la bondad de esta cofradía…”.

Sin embargo, el escritor oscense Gonzalo Pulido, en su obra ‘Los religiosos dominicos y Castilléjar’, da otra versión: “En el libro de cuentas de la cofradía de la Virgen del Rosario de Castilléjar aparece una primera acta correspondiente al día 1 de diciembre de 1565 (página 48) y la da como existente y ya organizada completamente. Y el rosario es la devoción típica de los dominicos”. Por su parte, Álvaro Huerga, en ‘Los dominicos en Andalucía’ (Sevilla, 1992), anota lo siguiente: “Las constituciones de esta cofradía (se refiere a la del Rosario) fueron aprobadas por el Arzobispo de Toledo, el cardenal D. Bernardo de Rojas y Sandoval, en 1599, según dato del informe ‘Cofradías y hermandades de la vicaría de Huéscar en el año 1854’, escrito por José Pío Abellán, que se conserva en el Archivo Diocesano de Toledo (…). La cofradía del Rosario ha sido la encargada de custodiar y organizar durante siglos la religiosidad popular castillejarana: Misas de Gozos y de Alba, Inocentes, novenas, rondalla de despertadores, fiesta de la Candelaria, salve en el día de la Purísima, Virgen de Agosto, etc.”.

Tras la Reconquista, los dominicos fueron evangelizando a las gentes de esta comarca y, en Castilléjar, establecieron como patronos a la Virgen del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, mientras que su huella quedó patente en las ermitas de Santo Domingo (fue demolida por ruina hará una década) y de Santa Catalina. En el día del patrón, se celebraba en la ermita una procesión (los zagales nos divertíamos restregando las hojas de picapica en la piel y producían bastante escozor), pero antiguamente también tenía lugar una romería.
Encuentro de Cuadrillas. Castillejar, 2012

En cuanto a la Hermandad de Ánimas de Castilléjar, cantaba los aguilandos durante las misas de gozos (que tenían lugar al amanecer, durante los nueve días anteriores a la Nochebuena), en la Misa del Gallo, en el Baile de Pujas o de Ánimas y durante el resto de la Navidad. También cantaba en las fiestas de la Virgen del Rosario y en las de la Candelaria. En la Navidad, los hermanos iban por las casas pidiendo limosna, mientras cantaban coplas al son de guitarras, bandurrias, laúdes, platillos, panderetas, guitarrillos, etc. “Se canta o se reza”, preguntaban y, si en la casa guardaban luto, entonces se rezaba un Padrenuestro. En el día de la Patrona de Castilléjar (7 de octubre), los cofrades van de madrugada a la casa del Hermano mayor y juntos recorren las calles mientras cantan las ‘Coplas de la aurora’. Y así, van llamando a los parroquianos para que acudan a rezar el Rosario de la Aurora, que comienza a las siete de la mañana. El solista entona una copla de la Aurora: “Alegría que amanece el día y van clareando los rayos del Sol…”. Y seguidamente, el coro canta el estribillo: “Venid sin tardar, / que las calles se vuelvan cristales / por donde la Aurora tiene que pasar (…).Venid a coger / las flores del Santo Rosario, / vamos todos juntos al amanecer”.

Las coplas o cantos de ánimas son también conocidos en el Levante por aguilandos, aguilanderos y animeras, y la letra de la música alude a temas navideños. Esta copla se cantaba en Castilléjar, en las misas de gozos:

Abran las puertas del templo,
que venimos a cantar,
por el Santo Sacramento,
que está puesto en el altar.

Las cuadrillas o hermandades de ánimas son agrupaciones musicales, que existían en la mayoría de los pueblos, pero en los años sesenta fueron desapareciendo y hoy sólo se conservan en el sureste de España: en toda la Comunidad Autónoma de Murcia y en las provincias limítrofes de Almería, Granada y Albacete. Como una especie en extinción, han logrado sobrevivir en el medio rural, sobre todo en las comarcas del Valle del Almanzora, de los Vélez y la Alpujarra, en Almería; en el Altiplano (Puebla de Don Fadrique, Castilléjar y Galera) y en la Alpujarra granadina; y finalmente en la Sierra de Segura, de Albacete. La función que desempeñaban las hermandades era recaudar dinero, en nombre de las ánimas benditas del Purgatorio, y con las limosnas que recibían pagaban el mantenimiento de la iglesia, las misas y responsos de los pobres de solemnidad.

Vélez Rubio tiene el mérito de organizar todos los años el entrañable ‘Encuentro de cuadrillas’, ha habido ediciones en que han asistido más de 6.000 personas y han contado con la participación de 24 cuadrillas. Así anunciaban la XXVI edición, de 2009: “El Encuentro es una actividad que pretende mantener una tradición que se remonta a los siglos XVI y XVII (…). Vélez Rubio espera con los brazos abiertos y las migas y picatostes en la sartén, a todos los que quieran visitarles este fin de semana”.

El aguilando te pido,
si no me lo quieres dar,
que se mueran una a una
las gallinas del corral.

Hay que decir con tristeza que ya quedan pocos miembros en la cuadrilla y algunos participan de forma esporádica, al encontrarse fuera del pueblo: Antonio Cáceres, Luis Rodríguez, Pedro Martínez,  José Rodríguez, Carmelo Gallardo, Matías Rodríguez, Ramón Quiles, Julio Carasa y Miguel Hernández. También queremos tener un recuerdo para estos cuadrilleros que ya no están con nosotros: Ramón el Carreño, José Candela y Emiliano Elvira. En la entrañable foto de los años sesenta –mi padre los inmortalizó–, aparecen de izquierda a derecha: Antonio García, Emiliano Elvira ‘el Mediasalve’, Juan González ‘el Guiñito’, Francisco ‘el Robín’, Ulpiano García ‘el Seco’ y Juan Lerenle. De la generación anterior, cabe citar a: José María Gallego, el Tío Chico ‘el Goterones’, Juan Miguel, Miguel Ortiz, el Tío Valentín, Juanillo ‘el de San Marcos’, Julián Romo, Antonio ‘el Medialibra’, el Tío Miguel Hernández, Manuel Mañas y tantos otros. No podemos olvidar la labor desinteresada de los hermanos de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario y la de San Antón, que desapareció hace tiempo.


Por su interés, reproduzco unos renglones del artículo ‘Los cuadrilleros de la Navidad’, que me publicaron en Ideal (17-12-01): “Andrés Martínez, el molinero, es la viva memoria de lo que ocurría en Castilléjar en los años treinta: ‘Por abrazar a la novia, vale tanto’, señalaba el encargado del Baile de ánimas. ‘Y tú tenías que pujar: ¡A ver, tráeme a fulana que quiero bailarla!’. Pero Andrés asegura que ‘hubo muchos palos por esto y que, entonces, con una peseta te corrías una juerga”. El ‘Baile de Pujas’, o ‘Baile de Ánimas’, se hacía en la calle y tanto las ‘bailaoras’ como los asistentes hacían apuestas: “Yo quiero que fulano baile con fulana, o que aquella baile con el faldón sacado…”. Pero era mentar la bicha y allí tenían sus briegas, de manera que más de uno cobraba por adelantado.

Como digo, malos tiempos corren para la Hermandad de Ánimas, pues los jóvenes no se animan a coger el relevo. Tanto el Ayuntamiento como los ‘castillejanos’ (lo escribo así por consejo de una amiga, porque lo de castillejarano suena muy largo) tenemos que hacer un esfuerzo para que nuestra tradición de siglos (aguilandos, coplas y fandangos) no se pierda. No podemos permitirnos el lujo de perder lo mejor que tenemos, lo que con tanto trabajo hemos sabido conservar durante siglos. Baste recordar que en los años sesenta había tres cuadrillas, dos en el pueblo y otra en los Olivos, y que solían reunirse en la cueva de las Ánimas. Ya sabéis, “a las ánimas benditas, / dadle dinero, devotos, / que puede ser que otro año / las pidan para vosotros”. Cuando llegue diciembre, os esperamos en Vélez Rubio para oír las coplas de las cuadrillas y, de paso, comernos unas migas con picatostes.

Posdata: este artículo fue publicado en la revista de las fiestas de agosto de Castilléjar, de 2010. En diciembre tuvo lugar el  I Encuentro de Cuadrillas de Ánimas, con varios pueblos de la comarca y de las provincias colindantes. En diciembre de 2012, Castilléjar ha vuelto a organizar el II Encuentro de Cuadrillas de Ánimas del Altiplano, como puede verse en la crónica de Ideal de GranadaSeñalar que el escritor Gonzalo Pulido falleció en 2016. La magia que tienen estas canciones de Navidad -prácticamente desaparecidas-, es que nos trasladan al mundo de nuestros padres y a nuestra propia infancia. Por eso, le gustan tanto a la gente. Nos devuelven a un tiempo pasado, cuando en los pueblos se cantaba el aguilando de puerta en puerta y en las iglesias, y cuando los vecinos eran más sencillos y generosos. Hemos olvidado la solidaridad y nos hemos refugiado en el egoísmo. Este artículo ha tenido 731 lecturas


Cuadrilla de Ánimas, de Castilléjar, diciembre 2010
http://youtu.be/gSjR2FbYHYA

Cuadrilla de Castilléjar, tocando un aguilando. Diciembre de 2012
http://youtu.be/FRLtoLhfEgA

Cuadrilla de Huéscar, 2012
http://youtu.be/FZksvww9_Q4

Cuadrilla de Vélez-Rubio, 2010
http://youtu.be/fyLlRss-0uM

Cuadrilla de Chirivel, 2012
http://youtu.be/kxZUly7eTiw

Cuadrilla de Baza, 2012