lunes, 25 de noviembre de 2013

LOS GUARDIANES DE LA MISERICORDIA




Los fossores en el cementerio de Guadix, años sesenta


 

 





Recuerdo que en los años sesenta dormían sobre unas tablas de madera, recubiertas con una estera de esparto y una piel de oveja, y que se levantaban a las cuatro de la madrugada a hacer sus oraciones. Hace unos días me acerqué al Retiro de San José, donde una placa de mármol blanco en la fachada recuerda al visitante: “En el año del Señor de 1953, bajo el glorioso pontificado de Pío XII..., nació en esta casa-cueva la religión de los Hermanos Fossores de la Misericordia para gloria de Dios, de su bienaventurada madre y de las benditas ánimas del purgatorio. Para perpetua memoria de las generaciones venideras. Guadix 15-8-1967”.

 Hoy siguen viviendo en las humildes celdas de entonces, pero al menos ya disponen de un camastro en condiciones. “En aquellos años, la vida monástica era bastante dura”, me dice el hermano Alberto, el superior general de los fossores. Luego me presenta a un anciano de 82 años, que va en un carrillo de ruedas: “Éste es Fray José María de ‘Jesús Crucificado’, el hermano fundador de la orden. Hace tres años que le dio una trombosis y tiene medio cuerpo paralizado”. Está de lado y me da la mano. Pero no dice nada. Ni siquiera me mira. ¿Cómo va a mirarme? Cuando vuelvo a observar el perfil de su cara en la penumbra, compruebo que está llorando en silencio. Precisamente él, que ha vivido como un ermitaño en el desierto desde hace casi cincuenta años: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.

“Ha llorado por la emoción –me aclaró después el hermano Alberto, y me dijo-: Él estaba de maestro de novicios en la Ermita de Córdoba y, leyendo el ‘Libro de Tobías’, vio que faltaba por hacer esa obra de misericordia, como es enterrar a los muertos. Con esta actitud piadosa, damos un testimonio de vida cristiana allí donde muchos creen que con la muerte se acaba todo”. ¿Cómo fue tu vocación religiosa? “Bueno, yo quería ser misionero como mi hermana, pero conocí a los fossores en Logroño, donde tenemos otra casa. Mi padre estuvo bastante tiempo sin hablarme y ni siquiera vino a la toma de mi hábito de monje; hasta que aceptó la situación. Mi madre, en cambio, fue más comprensiva. Recuerdo que se echó a llorar y me dijo estas palabras: ‘¡Hijo, yo lo único que quiero es que tú seas feliz!’”.

Quedáis solamente once fossores y, como dice el verso de Fray Tobías, ya no hay manos que toquen la campana del cementerio de San José. ”Pues, entonces –me responde sin titubear-, que el último cierre la puerta”. A la una de la tarde, me invitó a comer este hombre campechano y afable, que no oculta su simpatía por Leonardo Boff, el ‘teólogo de la Liberación’. Fray Antonio es el monje más antiguo y Fray Hermenegildo es ‘un arquitecto’, porque, con la sola ayuda de un albañil, hizo posible el milagro de construir la capilla de San José. Con Antonio Abril se cumple aquello de que fue cocinero antes que fraile. Es además presidente de la ONG ‘Emaús’, que tiene un comedor social de ayuda al necesitado, en Torremolinos. En fin, que en el humilde refectorio hicieron que me sintiera como uno de ellos, y allí yantamos como Dios manda. 

En la paz del convento y en medio del silencio de la noche, se puede observar el furtivo vuelo de una lechuza, barruntar el continuo trasiego de las ánimas del purgatorio o sorprender a un ermitaño escribiendo unos versos nostálgicos en la madrugada. A Fray Tobías le dieron el primer premio de poesía en Logroño con su ‘Padre nuestro ecológico’: “Padre nuestro que estás en el cielo./ Y en el aire,/ y en el suelo,/ y en la risa de un niño inocente./ En el puro cristal del ambiente,/ en la brisa,/ en el color./ Padre nuestro y Dios del amor,/ en tu gran esplendor y belleza/...”. Los monjes visten un hábito de color marrón con capucha, parecido al de los franciscanos y capuchinos, pues no en vano la pobreza les une. Renunciaron a todo bien material refugiándose en una cueva, entre las tapias del viejo cementerio, por lo que mayor humildad y sacrificio no se puede pedir: Dios se encuentra en la pobreza. Anoto que son las seis en punto de la tarde cuando los fossores reciben a la comitiva fúnebre: “Estamos aquí reunidos para dar sepultura a nuestra hermana...”. La difunta es una monja de ‘los Ancianos Desamparados’ y las religiosas, apiñadas, sostienen el ataúd con las manos. Poco después, la comitiva avanza lentamente mientras los frailes, en voz alta, van rezando los salmos: ‘De profundis’ (Desde el fondo del abismo clamo a ti, Señor) y ‘El Miserere’ (¡Misericordia, Dios mío!). Al final, bendicen el sepulcro y todos entonamos ‘El Resucitó’ de Argüelles.

 “¡Forastero, no llevan alforjas ni zurrón,/ frailes limosneros y mendicantes tampoco son!/ Guadix bien vale un entierro cantado./ ¡Que te lo digo yo!” Cerca de allí, una sepultura llama mi atención: ¿Quién podrá ser este personaje? ¡Ah!, ya decía yo que este pupilo, de barba florida, frente despejada y botas cuarteleras es nuevo en la posada. Aqueste Alarcón debe ser, sin duda, el sin par letrado que se murió de anonimato, allá en su casa de la calle de Atocha. Y en 1853, llevado de la nostalgia, escribe a su cuñado: “Ya ves si quiero a Guadix, a pesar de todo...”.

 A lo lejos, en lo hondo, altiva se yergue la vetusta ciudad morisca; pero aquella tarde faltaba algo en el horizonte: “La Virgen que había en la Alcazaba no le estorbaba a ‘naide’, suspiró un viejo, que llevaba un ramo de flores. Poco después, al despedirme, le pregunto a Fray José María si quiere decirme algo. Ahora parece que el fundador está más animado. El hombre balbucea unas palabras pero apenas se le oye. Acerco la oreja y oigo que me dice: “¡Bastante llevas ya!”. Y, sin embargo, hay que decir que su obra, a estas alturas, no ha merecido ningún reconocimiento oficial. Ni siquiera en su pueblo natal de La Zubia. Toda su gloria se reduce a ir montado como un trasto sobre un carrillo de ruedas.

    
Posdata: este artículo salió publicado en Ideal de Granada, el 9 de octubre de 2001. En 2011 me pasé por el cementerio de Guadix y saludé a un hermano. Se acordaba de mi y me dijo que ya sólo quedaban tres fossores. Cuando va el padre de una vecina mía al cementerio, a visitar la tumba de su esposa, le pregunta por mí. Después de la publicación del artículo en Ideal, los fossores recibieron al poco tiempo un premio en Guadix y se empezó a reconocer su labor.

 Copio estas otras frases que anoté para el artículo:

     Estuve con ellos sobre el 20 de julio -hice dos viajes a Guadix pues quería ver cómo era el entierro cantado.
En su dicha lápida (de Alarcón) quedó escrito: “Guadix es mi pueblo, es mi cuna...”.
A los postres, fray Tobías, que además es poeta, contó el chiste del padre prior y de vez en cuando suelta un chascarrillo. “Callada y silenciosa,/ como un símbolo viejo,/ cuelga de su espadaña la campana,/ del cementerio/”.
Unos días después leí en el ‘Libro de Tobías’: “Y no se quejó contra Dios por la desgracia de la ceguera que le envió”. Aquel anciano había sido consecuente con su destino y esperaba, resignado, a que le llegara su hora.
Estos monjes vivían como los ermitaños en el desierto. Pero los tiempos son otros y hoy parecen hermanos obreros, aunque dedicados al ‘ora et labora’: lecturas y rezos, cultivo del huerto, limpieza del cementerio, dar cristiana sepultura a los muertos...
Lo  que más me llama la atención es que nadie se ha acordado de estos monjes, ni siquiera en el pueblo del fundador, el cual tiene ya 82 años. De ahí que el hombre se emocionara al verme.
          




Antonio L. Vázquez Castillo


Entierro en Guadix



La imagen capta el momento en que dos Hermanos Fossores y dos familiares llevan a hombros el ataúd para enterrarlo en una de las fosas que se ven en el suelo. Al lado se ven dos palas clavadas sobre el montón de tierra y da la impresión de que la comitiva fúnebre ha llegado al final del recorrido. La escena ocurre en el cementerio de Guadix, en 1957, según Antonio Luis Vázquez Castillo, que ha publicado la fotografía en Facebook hace unos días.

Al lado del féretro se ve a un joven, vestido con chaqueta y abrigo, que adelanta a los demás tratando de colocarse en la cabecera. Posiblemente sea el hijo del finado. Por el diseño del ataúd, los familiares y los acompañantes que aparecen en la fotografía, muchos de ellos con gabardinas y con el gesto triste, el fallecido tenía que ser de la clase media. Es un día gris y lluvioso, posiblemente de invierno, y la imagen capta los últimos instantes del entierro. En esos años, los Hermanos Fossores abrían fosas en el suelo, acompañaban con cánticos a la comitiva fúnebre, incluso llevaban el féretro. Por eso, esta foto mereció salir en la famosa revista norteamericana Life, que destacó por el fotoperiodismo. Estas imágenes ya no se repiten, pues apenas quedan Hermanos Fossores en el cementerio y hace unos meses falleció el hermano que se acordaba de mí.  


Antonio L. Vázquez Castillo. 

Video Hermanos Fossores de la Misericordia

https://www.youtube.com/watch?v=m-E0Vb2mcM8

Compartido de Roberto Balboa

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