Dedicado al historiador Francisco Arredondo, que me invitó a la romería y me ayudó a elaborar el artículo
Unas diez mil personas se congregaron este domingo pasado en la cumbre del cerro de Jabalcón para celebrar, por todo lo alto, la romería de la Virgen de la Cabeza. Fervor religioso en estado puro: un penoso ascenso de dos horas y media, romeros descalzos con promesas a la Virgen –algunos hacen el recorrido de rodillas– y antiguos cánticos devotos, mezclados con tragos de agua o de vino, mientras que treinta tambores por banda suben tocando durante todo el camino. “¡Tradición, tradición!”, diría con los brazos extendidos Topol, aquel nostálgico ruso, de origen judío. “Es el momento del reencuentro para los zujareños, pues vienen muchos emigrantes y se dobla la población –me dice Juan Ramón González, hermano mayor de la Hermandad de la Virgen, que cuenta con cerca de mil cofrades–. El sábado, a las 11 de la mañana, ya estábamos sin agua”. García luce un pañuelo rojo atado en la cabeza y ha venido desde Alicante: “Es una fiesta muy entrañable, y nos desplazamos por devoción a la Virgen”.
Nada más terminar la misa, miles de personas
acompañan a la patrona hasta la Erilla Empedrada, donde recibe los honores de
la abanderada y, poco después, se inicia la cansina subida al cerro de
Jabalcón. Cuenta la Historia que, una vez que se levantó la ermita, la
hermandad y la soldadesca llevaron en procesión a la sagrada imagen, con el
concurso de otras hermandades de las villas de Serón, Caniles, Benamaurel y
Baza. Se agrupaban en el Peñón de la Bandera, mientras recibían a las
soldadescas de los citados pueblos. Finalmente, ascendían a la cumbre del cerro
para celebrar juntos la romería. Aseguran que esta fiesta se introdujo a
finales del siglo XVI, “a similitud de la de Sierra Morena”, y por tanto es la
más antigua de la provincia. El primer Libro de Actas del Ayuntamiento mandaba
que “se digan las misas de agua a Nuestra Señora, para implorar lluvias y
rocíos que aseguren los panes“.
Por el camino me voy encontrando con penitentes
descalzas: María José Díaz, de Caniles, confiesa que hace esta promesa por
devoción y para pedir por la salud de un familiar cercano. Sin embargo, éste ha
muerto. Antonia Sola, de Benamaurel, a duras penas se apoya en un palo: “Subo
descalza porque mi hijo salió bien de un accidente de tráfico”. Las continuas
hileras de romeros colorean los escarpados senderos de Jabalcón. El catedrático
Francisco Arredondo ha estudiado la historia de su pueblo y opina que “la
romería de la Virgen de la Cabeza conlleva una religiosidad de tipo emotivo y
sentimental. En su origen la fiesta era esencialmente la romería pero, con el
tiempo, se ha convertido en algo consustancial con el ser zujareño”. En fin,
uno conocía Zújar a través del libro de Gabriel M. Cano ‘La comarca de Baza’,
donde viene la foto de una ermita ya desaparecida; aunque en realidad era un
antiguo morabito. Poco antes de llegar a la cumbre, los costaleros no pueden
tirar de su alma: “¡Bueno, ‘pos’ echar un trago de vino!”, oigo a mis espaldas.
Al poco, todos los romeros entonan: “Salve, luz de los cielos. / María, azucena
de místico color. / Hoy tu pueblo con grande alegría...”.
Una ‘guardiana de la Virgen’ me explica el ser
zujareño: “Todo el mundo lleva su tripa de salchichón y su vino. Se llega a las
doce, dicen la misa y se procesiona a la patrona alrededor de la ermita. Luego
se reparte el arroz y se le reza. A las 4 de la tarde sale y, más tarde, se
para en la Piedra de los Deseos, donde se ‘banderea’ la bandera...”. Ya estamos
llegando: “Viva la Reina de los cielos. ¡Guapa, guapa, guapa! ¡Dales, que están
secos! Viva la Reina de Zújar...”. Poco después, la gente se agolpa en la
ermita para tocar el manto de la Virgen. Durante los siete días anteriores a
las fiestas patronales, el eco incansable y machacón de los tambores recorre a
diario las apacibles calles de Zújar. Y el sábado tiene lugar, dentro de la
iglesia, el desfile de las Compañías de Moros y Cristianos, y de los siete
diablos que representan a los pecados capitales, ante el camarín de la Virgen.
Seguidamente, es vitoreada y aclamada por todo el pueblo, siendo este día del
encuentro con la patrona el más grande de la fiesta. Aquí los ‘cajeros’
(tamborileros) se pasan hora y media tocando sin parar.
Después de la romería del domingo, se escenifica la
representación de moros y cristianos ‘Cautiverio y rescate de Nuestra Señora de
la Cabeza’. Este drama popular, de comienzos del siglo XVI, está considerado
como uno de los que más valor literario tienen hoy en España. Antonio Hortal, el
preparador de la representación, insiste en que me quede a verla, mientras va
recitando: “(...) Desde la ermita encumbrada en Jabalcón, descendieron
aplaudiendo a su Diana, y he de hacer que se cautive por más que llena de
gracia la aclame el mundo”. Antonio es, además, uno de los seis ‘oficiales’ que
se han gastado de su bolsillo unos 18.000 euros, para pagar las chucherías de
los niños y unos dos mil platos de arroz con conejo: “Nadie nos ayuda, y esto
lo hacemos por fervor popular”. Mientras tanto, el Ayuntamiento se dedica a
mirar hacia otro lado. Subir a las cumbres del Jabalcón y la Sagra, o
contemplar las verdes aguas del pantano del Negratín, son el mejor espectáculo
que ofrece al viajero esta tierra reseca y olvidada del Altiplano. Hoy, Zújar
siente una gran devoción por su guapa patrona y, al mismo tiempo, los nombres
de sus calles, barrios y pagos nos recuerdan su secular pasado morisco.