viernes, 27 de febrero de 2015

EL ACOSO ESCOLAR, QUE NO CESA








El 11 de abril de 2013, Carla se suicidó arrojándose al mar, después de que varias compañeras de su colegio la hostigaran, como ha reconocido un juez de Menores en la sentencia. “No puedo estar satisfecha. Se ha muerto mi hija...”, se queja Montserrat Magnien, aunque considera que la condena a seis meses de trabajos sociales, a las dos compañeras de Carla, es “lo justo, pero aún queda mucho por hacer y mucha gente por pagar. Esto es solo el principio del camino, pero hay más responsables”, aseguraba el 2 de enero pasado. Se refería a la dirección del centro educativo en el que su hija de 14 años cursaba sus estudios y donde, asegura, “eran conocedores del acoso escolar a la que estaba sometida desde hacía tiempo”.

El artículo siguiente lo escribí en enero de 2008, pero creo que sigue vigente porque el acoso está presente en las aulas.

“El Informe del Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, del pasado año, pone en evidencia el grado de conflictividad en los colegios: “El 30% de los alumnos sufre algún tipo de violencia, el 3,5% afirma que le rompen cosas, el 6,3% que le roban y el 3,9% que le pegan”. Y en una posterior reunión mantenida, entre los Defensores del Pueblo de España, pidieron que “no se cree alarma social con el acoso escolar, que es un tema puntual y ahora se conocen más episodios de violencia...”, como si hablaran por boca de la ministra de Educación. Por otro lado, el Instituto Nacional de Estadística afirma que 70 chavales, entre cinco y diecinueve años, se suicidaron en el 2005, aunque no precisa cuantos fueron por acoso escolar.

 El ‘Informe Cisneros X’ es el mayor estudio sobre el acoso escolar, que se ha realizado en España. En el 2006, entrevistaron a 25.000 niños, entre 7 y 17 años, de 14 comunidades autónomas. Según el estudio, uno de cada cuatro niños españoles sufre acoso y 500.000 lo padecen de forma intensa. El director de ‘Cisneros X’, Iñaki Piñuel –profesor en la Universidad de Alcalá de Henares–, destaca lo mucho que se banaliza este problema y lo poco que se hace para solucionarlo: “Ante los fenómenos violentos, se practica el Síndrome de Negación Institucional y se intenta mirar a otro lado. Se distorsiona la comunicación, se dice que son conflictos y no violencia, que son conductas disruptivas y que no hay que tomárselo tan en serio”. El primer estudio a nivel nacional se hizo en 1999, por encargo del Defensor del Pueblo, pero, sólo se evaluaron los 4 cursos de la ESO dejando fuera el Bachillerato y la Educación Primaria. Y lo mismo ocurre con el ‘Informe Cisneros X’. Iñaki señala que “el Gobierno pretende devolvernos la tranquilidad a todos y acusa a los pocos investigadores independientes de ser alarmistas sociales, e incluso de vivir de ello, pero se ha encontrado con un problema al que no sabe hacer frente. No es necesario dotar de habilidad, destrezas o cursos al profesorado. Lo que hace falta es restituir una autoridad que se les ha ido retirando con las sucesivas reformas legislativas en la educación hasta hacer de ellos colegas, a un mismo nivel”.

El profesor insiste en que se distorsionan los casos de maltrato escolar como cosas de críos, como problemas psicológicos que tienen las víctimas, faltas de recursos y habilidades... En definitiva, se niega lo que está ocurriendo y procuran que no se hable de ello. En torno a la violencia escolar rige una ‘Ley del silencio’, que tiende a camuflar este problema mediante eufemismos o mediante la confusión terminológica, a veces deliberada e interesada. De este modo, para no hablar de violencia y acoso escolar, se habla de la convivencia en los centros, de clima escolar, de conflictos entre escolares, o de comportamientos disruptivos. Esto impide reconocer y atajar a tiempo este problema, convirtiendo a los niños en las principales víctimas de esta falta de cuidado intelectual y científico. En primer lugar, los padres deben de ponerse de su lado, pues los niños acosados suelen encontrarse con que los primeros que no les creen son sus propios padres. El apoyo incondicional al niño es esencial. Después, sigue diciendo Iñaki, es necesario poner en conocimiento del centro lo que ocurre para que adopte las medidas de protección y compruebe la situación social creada. Es muy importante poder evaluar en los niños victimizados el daño que eventualmente les haya podido generar el acoso.

Para Rafael Bizquerra y Núria Pérez, directores del posgrado en Educación Emocional de la Universidad de Barcelona (UB), es preocupante la ‘apatía’ manifiesta de algunos maestros respecto al acoso, según la encuesta de la Entidad de Orientación Psicopedagógica ‘GROP’. En concreto, un 21,7% de los profesores de Primaria y Secundaria de toda España admiten que en sus clases hay acoso escolar, mientras que otro 11,4% considera que si lo hay “lo mejor es no hacer nada”. Los expertos apuntan que “esto demuestra, de entrada, una importante falta de sensibilidad”. Una sentencia reciente del Juzgado de Menores, de Lérida, ha condenado a 7 alumnos de tercer curso de la ESO, por acoso escolar, al entender que el reiterado trato vejatorio, de "infravaloración personal", al que sometieron a la víctima en reiteradas ocasiones, le produjo un sentimiento de "desasosiego y angustia". A los menores se les ha impuesto la pena de medio año de tareas socioeducativas… La Asociación contra el Acoso Escolar de Asturias califica de ‘ejemplar’ la sentencia de un juzgado de Córdoba, que ha condenado a tres menores acosadores a ocho fines de semana en un centro de reforma... Para su presidenta, Encarna García, "sienta las bases, para aquellos centros en los que existen víctimas de acoso y no se está haciendo nada para evitarlo. La situación era conocida sobradamente por el profesorado de este instituto de Córdoba, pero el centro omitió toda la investigación frente a los responsables”. Estas sentencias hubieran sido impensables hace un par de años.

José Joaquín Nogueroles es uno de los 36 psicólogos elegidos en la provincia de Alicante, para atender a alumnos y profesores que resulten afectados por casos de violencia escolar. Alega que los colegios suelen minimizarlos, incluso los ocultan y no se abordan. El psicólogo recuerda que, en los países escandinavos se empezó a detectar en los años setenta y se consiguió reducir bastante aumentando la vigilancia en el recreo y en el comedor, los puntos negros. Nogueroles lanza un aviso a navegantes: “Hay que tomar conciencia de que existe el problema y no la política de meter la cabeza debajo del ala. Interesa tanto proteger al acosado como que el acosador deje de serlo, y éstos lo son tanto el ejecutor directo como los que miran y no hacen nada, que son acosadores indirectos, cómplices”.

Copio este testimonio del 29-11-07, de un profesor desengañado de su profesión (sic): “Hace unos años al sufrir una serie de agresiones físicas y resultantes en diversas lesiones con rotura de huesos incluidas puse las denuncias pertinentes a la policía, y me aconsejó retirarlas por ser menores no imputables los valientes ‘kbrns’ que me agredieron. Mi única salida entonces fue una baja por depresión. Pedí el traslado y no me lo concedieron (…). Aunque sigo tragando bilis insomne cada vez que estos prometedores ejemplares de nuestra suciedad me humillan, esperando que mañana no me agredan, fingiendo que no me entero de sus pullas, soportando que el gracioso de turno haga volar un tampax o un condón cual proyectil de un extremo al otro del aula, procurando que esos desalmados no fastidien a sus compañeros con collejas, quitándoles las cosas o peor, y aguantando impotente el hecho de que como mucho se les sancione con tres o cinco días de expulsión (…). Y todo esto aderezado con inútiles logses, loes y loquesea, que no son más que parches absurdos que para nada van a arreglar el desaguisado en que nuestros insignes políticos se han cargado la educación”.

 Pilar Lázaro, en ‘La violencia en nuestra sociedad’ (Larioja.com), indica que algunas teorías pedagógicas, surgidas en el último tercio del siglo XX, sobre la forma de educar a los niños sin corregirles, porque se podían frustrar y era mejor dejarlos tranquilos. A los padres se les ponía muy fácil: no negarles nada, permitirles todo, para evitarles la frustración (…). “Poco a poco esos niños se van convirtiendo en verdaderos tiranos; primero de sus propios padres, hasta el punto que hoy en muchos hogares se compra conforme los mandatos de los hijos…”. Clemente Ferrer denuncia en el ABC del 3-1-08, con este título ‘Los profesores tienen miedo’: “Miedo a entrar en clase. Insultos, amenazas, agresiones verbales y físicas. Presiones de los padres, de la dirección, de los políticos…”. Y revela que, en un estudio del sindicato ANPE, el 70% de los maestros que llaman al Defensor del Profesor –línea telefónica abierta en 2005–, lo hace para denunciar “la imposibilidad de dar clases debido a la conflictividad en las aulas”. De las 4.603 llamadas, el 20% fue por agresiones o amenazas verbales y un 7%, por agresiones físicas. El 3% lo hizo por problemas con la administración educativa o el equipo directivo del centro.

He procurado exponer las diferentes versiones de esta lacra social. Hace un año, hablando del problema de los colegios con Carmen García Raya, la anterior delegada de Educación, en Granada, le dije que “los chavales de hoy, antes que a los profesores, han pateado a sus propios padres”. Por eso, profesores y padres deben de trabajar juntos, codo con codo, para que nadie pueda manipularlos. Es cuestión de ceder todos un poco, de tener más sensibilidad y, sobre todo, de ponerse en el lugar del otro. En nuestra generación el problema fue la escasez de medios y, sin embargo, el problema de nuestros hijos viene de los ineptos y de la abundancia de todo. No hace mucho, un profesor amigo me confesó que, cuando algún alumno foráneo llegaba al instituto del pueblo, los compañeros le hacían la vida imposible. Y esto le ocurrió a mis dos hijos, pero, nadie se molestó en decírmelo. Gran parte de los datos los he recogido de SOSBULLYING (foros.administracion@gmail.com) que, en noviembre pasado, ha cumplido tres años desde que inició su ‘cruzada contra el acoso escolar’ y los problemas de convivencia en las aulas. Durante este tiempo, ha recibido casi 30.000 llamadas telefónicas y correos electrónicos. Nació como un servicio público gratuito y es atendido por profesionales de la psicología y de la abogacía, para orientar a las personas afectadas o interesadas por los conflictos que tienen lugar entre los escolares. En el penoso camino recorrido, han quedado en la memoria los suicidios del desdichado Jokin –se arrojó por un muro– y de tantos otros chavales, y han sido necesarias centenares de denuncias de padres desesperados y de asociaciones. Y todo, para que unos “vulgares y crueles acosadores” empiecen a ser condenados en los tribunales”.

Finalmente, reproduzco parte de ‘La carta de la semana’, de la revista XLSemanal, del 15 de febrero de 2015, de una chica que todavía sufre las consecuencias del colegio:

“Pocos trabajos perduran tanto, y el vuestro, antiguos compañeros de colegio, sigue aún grabado en mí; sólo quería hacéroslo saber. Que supierais que hoy, casi diez años después, aún practico cuanto me enseñasteis. Aún voy por la calle cabizbaja, me sorprendo si la gente me saluda, me inquieta presentarme ante un grupo por miedo al rechazo…, aún voy por la vida casi pidiendo perdón hasta por respirar, aún siento que soy ‘no merecedora’, que no soy igual, que no tengo los mismos derechos; aún me pregunto por qué, qué me hizo diferente, qué me hizo ser la diana donde clavabais los dardos. Por todo esto y más, os reconozco el trabajo al que dedicasteis tanto tiempo, y que, sin haber conseguido entender cuál era vuestro objetivo, está claro que lo supisteis hacer bien. Espero que todo os vaya genial”.
Beatriz Rodríguez Lavado. Durango (Vizcaya).

Las niñas acosadoras le hacen toda clase de humillaciones –la llamaban bizca y bollera, y le tiraban agua–, consiguen que Carla se suicide, dejan a una familia completamente destrozada y, al final, han sido condenadas a seis meses de trabajos sociales. ¡Qué barbaridad! Y quienes presenciaron todas estas vejaciones y no se conmovieron ni movieron un músculo de la cara –alumnos y profesores–, habría que decirles que, en parte, ellos también fueron responsables del suicidio de Carla. Bastaba con que alguien hubiera comunicado el acoso escolar a la familia o al profesorado y, seguramente, no se hubiera producido la tragedia. ¿Qué trabajo costaba denunciar aquella injusticia diaria? Pero, está visto que vivimos en una sociedad alienada, insolidaria y cruel con los débiles.


http://en-clase.ideal.es/opinion-200/2311 




sábado, 14 de febrero de 2015

CIERRA LA LIBRERÍA ESTUDIOS











El 10 de febrero me paso por la Librería Estudios, en la calle Mesones. Hace un frío que pela por la calle y penetra hasta en la librería. Loli Espinosa, la dueña del negocio, me confirma la triste noticia: “El sábado cierro la librería”. Han pasado 57 años desde que su padre Gabriel, su hermano José y ella abrieran el negocio familiar, allá por 1958. “Antes que nosotros, estaba aquí la tintorería ‘El águila’ y en la calle Mesones recuerdo que había cinco librerías: ‘Ventura’ vendía libros de Medicina, ‘Almendros’ era papelería, lo mismo que ‘Cervantes’ y ‘Costales’, que estaba donde ahora se encuentra CajaGranada. También estaba la librería Prieto, que vendía libros para la Escuela de Comercio. Y de los comercios antiguos de aquella época, sólo quedamos la farmacia Gálvez y la Librería Estudios. Ahora la calle tiene tres farmacias, como antes”.

Loli me entrega una fotocopia, donde viene la relación de comercios que había en la calle Mesones, en 1969. En ese año se reformó la calle, a petición de los comerciantes y con la autorización del Ayuntamiento, que entonces presidía José Luis Pérez Serrabona. Cada comercio aportó una cantidad, dependiendo de los metros lineales que ocupaba. Así por encima, entonces había doce tiendas de calzados en Mesones –el nombre le viene porque era la calle de los mesones–, lo que da a entender que la gente gastaba más suelas de zapatos, porque había menos vehículos. Eso sí, en esta calle emblemática del comercio como es natural no había ningún zapatero remendón. Sin embargo, en los barrios de Granada los encontrabas a pares. Entre los bancos de la calle Mesones había una sucursal del Banco Central y otra del Banco de Bilbao, que desaparecieron con las fusiones posteriores de bancos. Otros comercios de aquel entonces me suenan, como ‘Armería y deportes El cazador’, ‘Albardonería Juan Moral’, ‘Guarnicionería y artículos de viaje El caballo’, ‘Espartería Gómez’, –de estos tres últimos comercios apenas si quedan en Granada, por lo que es una pena–, y la ‘Compañía Granadina de Industria y Comercio’, que era el depósito de droguería y medicamentos.  


En la calle Mesones había también cuatro ferreterías, ‘La campana’, ‘El candado’, ‘Mesa Hermanos’ y ‘Las artes’, hoy no queda ninguna; dos sombrererías, ‘Bermúdez’ y ‘Sevilla’ –nuestros padres usaron mucho el sombrero y la gorra–, ‘Almacenes de quincalla y otros La mariposa’, ‘Almacenes de tejidos, Buenos Aires’ (hará cinco años que echó el cierre), el ‘Bar y la Pensión el Rinconcillo’, que estaban en la plaza de Cauchiles. La relación se completa con varias cafeterías, tiendas de tejidos y muebles, una ortopedia, tres farmacias y alguna óptica. En total había 82 locales comerciales, algunos con 1,10 metros lineales.

Loli prosigue con su historia: “La diferencia es que antes se usaba más la cabeza y las manos en la escuela, pues ahora están con los ordenadores. Los estudiantes compraban en la librería el cartabón, la escuadra, la regla, el compás, la bigotera, el tiralíneas, los lápices de carboncillo, papeles ingres y tina –estos para el dibujo lineal–, el pantógrafo lo utilizaban los delineantes para los planos, etc. También vendíamos folios, bolígrafos, gomas… Hace unos veinte años que dejé de vender libros de texto porque la venta se puso complicada –sería cuando los grandes almacenes empezaron a venderlos– y opté por los libros de lectura y, sobre todo, de temas granadinos, así como revistas de moda y labores, postales, libros de oficina…”.

  
Los hermanos Loli y José Espinosa








 Su padre falleció hace trece años y, desde entonces, Loli ha estado llevando sola la librería, y abriendo mañana y tarde. Ahora ha hecho 57 años desde que abrieron el negocio. Guarda unas cajillas de plástico, donde hace años venían los bolígrafos inoxcrom, mientras que muchas estanterías se ven ya vacías, como un triste presagio del próximo cierre. Todavía se ven algunos libros de latín y de idiomas. Loli señala a los cebadores de los fluorescentes, que parecen botellas colgando de la pared cerca del techo. “Van independientes de los tubos, porque no había espacio para ellos en la entrada”, me dice. El cuadro de luz es otra reliquia de los años sesenta, de color negro y con el botón rojo del automático. Aunque encima ya le han colocado un contador digital de la luz. También conserva un antiguo teléfono de disco, del que dice que es muy bueno. Había que marcar cada número dándole una vuelta al disco. En mi casa yo conservo un teléfono igual, que era de mis padres.

Un cliente le pregunta por un libro y Loli le aconseja ediciones Miguel Sánchez y a don Ricardo Villa-Real, un profesor avemariano al que yo le dediqué un artículo, cuando falleció. Poco después, otro cliente le pide un recambio del bolígrafo, y Loli le indica una papelería cercana. Los libros que un servidor ha publicado, Loli los ha colocado siempre en el escaparate y esto es algo que no puedo olvidar. Hace unos días, me decía un librero, que también se dedica a los temas granadinos: “Antes se vendían 500 ejemplares de un autor, pero ahora vendes cien y es demasiado”. La crisis ha hecho estragos en todas partes, pero la Cultura se ha resentido bastante, pues el sueldo lo dedican las familias a otros gastos más perentorios.

Recuerdo que el famoso Decreto Boyer, Decreto Ley 2/1985, se aprobó precisamente para que los alquileres bajaran, pero al final produjo el efecto contrario: los arrendamientos de viviendas se dispararon entonces. Sin embargo, la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), de 1994, tuvo en cuenta los alquileres de locales comerciales, anteriores a 1985, a los que concedió una moratoria de veinte años. Ahora ha pasado el plazo y le ha llegado el turno al comerciante. Así, los que pagaban 400 euros de alquiler al mes, ahora los propietarios les piden más de 2.000. Se calcula que esta subida le afecta al 10% de los comercios de Granada, de los 9.000 que existen, así como a varios miles de comerciantes en la provincia. 
 
 Loli es una mujer amable y atenta a cualquier observación que le hagas, es un placer conversar con ella y siempre la ves al pie del negocio que regenta. “He continuado con la librería, abriendo paquetes y atendiendo al público, es mi ocupación, mi preocupación y distracción. Como cuando una hace las cosas con gusto”, me dice. En enero el propietario del establecimiento le ha subido, de golpe y porrazo, a 2.500 euros pero esto es inalcanzable para la librera. “Si hubiera pedido menos, hubiéramos podido llegar a un acuerdo. ¿Cuánto tengo que vender yo para pagar el alquiler? Tengo ya sesenta y siete años, y aquí se acaba todo”, me dice y con razón. Señalar que ha cerrado también la colchonería de la calle Alhóndiga, una mercería muy antigua en la calle Salamanca –creo que llevaba 50 años– y numerosos comercios.

Me paso sobre las 12:30 horas de hoy por la librería. Están Loli, su hermano José, la sobrina y otros amigos. No se ven caras tristes, al contrario, pero es la despedida. Le digo a Loli que es una mujer muy atenta con el público y me responde: “Bueno, esto es algo que yo he mamado desde pequeña. Recuerdo que a lo mejor estaba porfiando con mi padre y llegaba un cliente. Entonces mi padre cortaba la conversación y lo atendía: ‘¡Dígame usted!’. Y cuando se iba el cliente, seguíamos con la porfía para ver dónde se colocaban los libros…”.

Lo dicho. Mañana, sábado, cierra la Librería Estudios y Granada se queda un poco más huérfana: un local menos que anuncia los temas granadinos.






viernes, 6 de febrero de 2015

ANTONIO CORTÉS, 'EL TRECE'



Antonio Cortés 'el Trece'









“¡El trece, el treeece!”, de esta manera, un hombre menudo y con gorra va voceando este número de la Lotería Nacional todos las mañanas, haga frío o calor, por las calles de Guadix. Y tanto va el cántaro a la fuente, que se ha quedado con el apodo de ‘el Trece’. Alguna vez intenté echarle una foto, pero no me atreví porque no lo conocía. Hasta que, a mediados de diciembre, cuando yo estaba sacando fotos a los puestos de las panderetas, en la avenida de Medina Olmos, un joven que vendía los iguales me dijo: “¡Échale una foto al ‘Trece’!”. Como este no se hizo de rogar, allí mismo lo retraté y ya nos liamos a hablar: “Una vez di un premio, pero tengo que dar el premio gordo”, me dijo y es de suponer que esta es la ilusión de cualquier lotero. “Pero el gordo te lo llevas tú todos los días –le dije medio en broma–. Te regalaré la foto”. “Sí, eso me dicen todos”, me respondió a modo de despedida.

Lo que sorprende de este vendedor de lotería es que, a las 7 de la mañana, ya está recorriendo la avenida de Medina Olmos, arriba y abajo, con su tira de billetes aunque caigan chuzos de punta, y soltando algún que otro chascarrillo que hace sonreír a cualquiera. Se toma su copa de anís y luego va cantando el número de la suerte. Los sábados, cuando las cafeterías del centro están repletas de gente, tomando churros con chocolate, y Guadix está saturado de vehículos, sólo se oyen los pregones de ‘el Trece’ en medio del ir y venir de los viandantes al mercadillo del ‘Sábado’: “¡El trece, el tío del trece!”. Algún ciclista mañanero o un paisano cruzan un saludo con el lotero y él les responde con alguna frase graciosa. Y siempre lo encuentras de buen amor, a pesar de que a las 12 de la mañana lleva ya pateados unos cuantos kilómetros.

Hace unos meses, oí vocear a un joven que iba por las calles del centro del Granada, aunque no pude verlo: “¡Trastos viehos, hierros viehos…!”, lo hacía igual que los pintorescos personajes que pululaban por Granada –la miseria los echaba a paletadas por las calles, para ganarse la vida–, pero hoy prácticamente han desaparecido como el recordado barquillero, vendiendo en una cesta de mimbre los barquillos de canela. Hoy los vendedores de lotería ya no vocean, se limitan a enseñarle al distraído viandante la tira de números: “¿Quiere usted un número?”. Y si son los vendedores de la ONCE, los ves apoltronados en sus quioscos y escudándose tras los gruesos cristales de sus gafas. El ‘afilaor’ de hoy lleva una cinta grabada que va dando el tostón por la calle, en vez de tocar la flauta como reclamo, como hacían antes. Lo mismo que el camión que arregla los sofás: “el camión del sofá le arregla las sillas de anea…”, se oye por el altavoz. Y no digamos del tío de los melones, que va pregonando con un camión por los pueblos: “Melones, a un euro”. Y más de uno piensa, ¿los habrá robado?

Ángel Ganivet escribió esto en ‘Granada la bella’:Mira, ése que ves ahí, es un aguador de aluvión, que de seguro no sabe llevar la garrafa, la cesta de los vasos y la anisera. El verdadero aguador se compenetra con estos tres elementos hasta tal punto, que huele donde tienen sed, pregunta, y con sus pregones despierta el apetito: “¡Acabaíca de bajar la traigo ahora! ¡Fresca como la nieve! ¿Quién quiere agua? ¡Nieve, nieve! ¿Qué frescura de agua! ¡De la Alhambra!, ¿quién la quiere? ¡Buena del Avellano, buena! ¿Quién quiere más?, que se va el tío”. En Granada hay un vendedor de lotería, que también es gitano y vende el mismo número por la calle. Lleva sombrero y va diciendo a los paseantes: “El trece para el sábado, y tocan tantos millones”. Pero no vocea el número, ni tiene gracia ni desparpajo. Lo dice sin convencimiento y la gente pasa de largo.



A primeros de este año, me encontré con el lotero guadijeño por la calle y le entregué la foto que le prometí, con esta leyenda: “A mi amigo, ‘el Trece’”. Fue entonces cuando me dijo que se llamaba Antonio Cortés, “los gitanos tenemos los apellidos Cortés y Heredia, y también vendo los números, terminados en 9 y en 62”. Seguidamente, me habló de un americano que hace años vino a Guadix, a hacer fotos de las cuevas. “Lo tuve un mes en mi casa y me regaló 500…”. “¿Quinientas pesetas?”, le pregunté. “No, no, ¿cómo se llama eso?”. “Serían quinientos dólares”, anoté. “¡Eso, eso, dólares! Le hice unas gachas, ¿sabes lo que son las gachas?”. “¡Pues, claro!”, le respondí. “El americano era muy alto y un día lo llevé al barrio del Sacromonte, a la cueva de María ‘la Canastera’. Allí las gitanas se pusieron a cantar y a bailar, y el payo se puso a chascar los dedos y a estirar la pierna hacia adelante. ¡Joder! Se bebió media botella de güisqui mientras que yo solo bebía fantas. El americano murió y, no hace mucho, hicieron una exposición con sus fotos, en la plaza de las Palomas, donde salgo yo”. Para que lo creyera, me llevó al local del fotógrafo Torcuato Fandila y este me enseñó en el ordenador algunas fotos de Antonio, con su mujer en las cuevas, cuando eran jóvenes.

El domingo, día 11, sobre las 12:30 horas, encontré de nuevo a Antonio Cortés en la puerta de entrada, del parque de Pedro Antonio de Alarcón, donde daba el cálido sol del mediodía. Charlamos un poco y lo dejé para que siguiera con el pregón mañanero: “El…, el…”, su sonora voz resonaba por la avenida de Medina Olmos pero ahora no llegaba a decir el número de la suerte, lo que hacía sonreír a más de uno.


Allí dejé al gitano simpático de las cuevas, con su gorra de rayas, su anorak oscuro, sus pantalones negros y su pañuelo al cuello, y con la tira de billetes en la mano. Antonio Cortés no es un lotero de aluvión, sino que sabe el oficio, se gana a la gente soltando una gracia aquí y allá, se patea como nadie la avenida de Medina Olmos, vocea los números en las terrazas de los bares y siempre lo ves con una sonrisa en la boca. Las voces y los pregones graciosos de los vendedores ambulantes, esos personajes pintorescos de antaño, hace mucho tiempo que desaparecieron de las calles de Granada y de toda España –el viento del progreso se los llevó–, pero ‘el Trece’ es un digno heredero de ellos.


Publicado en el semanario Wadi-as, el 24 de enero de 2015

UNA MAESTRA LLAMADA ANGELITA






En la Escuela de Adultos





Ángeles Domingo García, maestra del Centro de Educación de Adultos de Puebla de Don Fadrique, murió el pasado cuatro de febrero de 2005, en Galera, a consecuencia de un infarto. Uno no sale todavía de su asombro, mientras se pregunta: “¿Cómo es posible, con sólo 45 años? ¡Pero, si esta Navidad estuvimos juntos en su casa, tomando mistela y unos roscos!”. Entonces la encontré más alegre, incluso más bonica que en otras ocasiones, pero le costaba trabajo respirar pues fumaba un cigarro tras otro y, a veces, rompía a toser con esa tos cansina, cual Dama de las Camelias. Recuerdo que le dije, bromeando: “No me gustaría tener que venir al entierro de mi prima”. Angelita fue para mí como una hermana y, era tan humilde, que pasó por la vida de puntillas mientras derrochaba generosidad a espuertas. Era una mujer entrañable que se sacrificó por los demás; pero los demás no supimos valorar su espíritu servicial.

 ¡Qué ilusión tenía por vivir y, sin embargo, cómo le atizó la vida! Se comió sus lágrimas en silencio para que no la viéramos llorar y su alma generosa chocaba a veces con la mezquindad. La mala suerte parecía perseguirla, pero nunca le faltaba una sonrisa en los labios. ¡Cuántas batallas perdidas! A la mi niña la llamábamos todos Angelita, pues, en el fondo, estaba necesitada de afecto. Ahora es el tiempo de los ‘cáquiles’, me decía riéndose. Quizá ella debió de presentir algo porque, unas semanas antes le confesó a su padre, que también anda delicado de salud: “Si yo me muriera antes que tú, me gustaría que me enterraras en el nicho de mi madre”. Sentía veneración por su madre. Recuerdo que un día le pregunté que cuándo se iba a ir a su piso de Huéscar, y su respuesta fue: “Yo cuidaré de mi padre mientras viva”. Los fines de semana, cuando acababa sus clases en la Puebla, se venía a Galera, incluso no salía a la calle. Pocas veces una hija miró tanto por sus padres.

 Me ayudó mucho y, en señal de gratitud, le dedico unas tristes líneas. Unos quince días antes de que muriera el párroco de Galera, Rafael Carayol, me lo presentó en el Bar Cirilo. El historiador había escrito varios libros sobre los moriscos y cristianos de Galera y Orce. En agosto pasado, yo me encontraba en Extremadura: fue ella quien me avisó de la muerte del escritor galerino, Jesús Fernández. Y artículos míos sobre la Puebla y Huéscar fueron posibles gracias a ella. Recuerdo que un poblato se quejó del ruido de las campanas, del reloj de la iglesia, y el pueblo andaba algo revolucionado. Entonces me llamó para ver si yo escribía sobre el tema. ¡Cuánto amó Angelita a la Puebla! Y muchos de sus alumnos poblatos, hasta su amiga Maria Eugenia, le devolvieron ese cariño viniendo a decirle el último adiós. En la heroica iglesia de la villa le hicieron el funeral, y los tres jóvenes sacerdotes de Galera, la Puebla y Huéscar oficiaron el ceremonial. Los tres destacaron su entrañable humanidad: “No. No es que queramos decir unas palabras ahora que ella ha muerto... Todos la llamábamos Angelita”.

 

Ángeles, a la derecha, en la escuela



Muchos oscenses bajaron a rendirle el último homenaje y hasta en la calle había galerinos. También asistieron el diputado José García Giralte, los alcaldes de Galera y de Huéscar, Juande Portillo, director del colegio ‘Natalio Rivas’, de Huéscar... Finalmente, quiero recoger este romance de ciego, que le grabé a su padre en el 2003: “Se lo voy a dedicar a mi hija Angelita, para que tenga un recuerdo mío –decía entonces–: ¡Galera, pueblo querido, nunca te podré olvidar!, / con tus calles tan derechas para poder pasear, / tus cuevas-casas tan lindas para poder descansar. / Extranjeros y españoles que vienen a disfrutar, / con tus tres puentes hermosos que cruzan nuestra ciudad... / Que al Santo Cristo bendito todos podamos rogar, / que nos dé salud y suerte para poderle cantar / unas coplas de la Aurora y otras en Navidad. / Pepe Domingo se llama este compositor”. Ya no me llamará esta maestra amable, que tenía un corazón de ángel, por lo que estos días de febrero el Altiplano parece un poco más triste. Y Galera no tiene con qué pagarle a la mi niña.

Publicado en La  Opinión de Granada, el 12 de febrero de 2005 y en mi libro 'Artículos del Altiplano y de Granada' (2014)

Posdata: En los días posteriores hice estas anotaciones. Dos días antes, Ángeles tenía anginas y últimamente estaba algo tristona. María Eugenia, su amiga de la Puebla, me dijo después del funeral: “En la caja no la conocí, pues aquella expresión no era suya. Era tan generosa... Cuando leí tu artículo me sentí más tranquila. Llevaba lo de la Escuela de Adultos, la teoría del carné de conducir y lo de auxiliar de... Trabajaba mucho”. Luego me dio las gracias varias veces. Pepe Domingo, el padre de Angelita, me decía: “Ya estoy algo mejor, ¡vaya!, y he compuesto algunos romances. Como ella no había otra en la familia. Hicieron un funeral en la Puebla y han repartido muchas fotocopias, allí la querían mucho”. El párroco de la Puebla le dedicó esta bella frase en el funeral: “Es un rosal cargado de rosas y ha venido un ángel y se lo ha llevado al cielo”. Su hermano Pepe, al regresar del campo, encontró muerta a Ángeles en la cama  y llamó por teléfono al Hospital Comarcal de Baza –donde estaba internado su padre–, sobre las 11 de la mañana. Sus palabras a una hermana lo dicen todo: “¡No se mueve! ¡Que no se mueve!...”. La foto de arriba está hecha "unos días antes de su fallecimiento, preparando el 28 F, Día de Andalucía", me dice su hermana Charo Domingo