Esquina de la calle Ángel Barrios |
A finales de agosto del pasado año me pasé por la calle Ángel Barrios, en
la esquina con Arabial, donde al principio de los años setenta se encontraba la
Academia Fides, que entonces dirigía el profesor don Carlos Villarreal. Era delgado,
con gafas, siempre iba mal afeitado y tenía la cara llena de granos. Cojeaba de
la pierna derecha y tenía la voz cascada, pero esto no parecía influir en su
buen ánimo. Don Carlos tenía fama de ser persona liberal y culta. En la
academia estuve dos meses y pico, cursando el COU (Curso de Orientación
Universitaria), que en aquella época se implantó en España sustituyendo al
antiguo PREU (Preuniversitario), por lo que aprobaron el curso la mayoría de
los alumnos. A pesar del poco tiempo que estuve internado en la academia, tengo
recuerdos imborrables. Las clases eran a base de tomar apuntes, con el fin de
prepararnos para la universidad, y una de las asignaturas era Historia
Contemporánea. Nos daba la clase un profesor achacoso, muy moreno y con bastantes
arrugas. Fumaba en boquilla y, a veces, se entretenía contándonos su vida.
Durante varios días
estuvo explicándonos la Revolución Francesa, toda una novedad porque el Régimen
de Franco –la censura– abría un poco la mano y permitía el estudio de los revolucionarios
franceses. Comentando el asesinato del presidente John F. Kennedy, en 1963, el
profesor sostenía que los Estados Unidos no eran una verdadera democracia, pues
no se había logrado averiguar toda la verdad sobre el atentado, debido a oscuros
intereses. La muerte de Kennedy dio mucho que hablar entonces e hizo correr
ríos de tinta, pues el joven presidente estableció una nueva forma de gobernar
y llegó rodeado de profesores de la Universidad de Harvard, en comparación con el
anterior presidente, el general Eisenhawer, que había ganado la II Guerra
Mundial.
La Academia Fides
ocupaba la planta baja y el sótano de un bloque de pisos, lindando con la calle
Ángel Barrios, el callejón de atrás y el campo. En la planta baja se
encontraban varias aulas y las oficinas, mientras que en el sótano estaban el
comedor y los dormitorios. En los recreos los alumnos paseábamos por el
descampado, lo que hoy es la calle Arabial, mientras que las huertas de la Vega
se extendían al otro lado de una vieja tapia. Ésta era la línea divisoria entre
la ciudad y el campo. También nos íbamos andando por el Camino de Purchil, pues
entonces no pasaban los vehículos. La Huerta de San Vicente era desconocida
entonces, a pesar de que la teníamos enfrente –hoy se encuentra en el Parque de
García Lorca–, pues el escritor de Fuente Vaqueros estaba censurado al comienzo
de los setenta y apenas se le mencionaba. Por las noches, cuando apagaban las luces en el dormitorio, decía el gracioso de turno: “¿Os acordáis
del chiste número seis?”, y entonces nos reíamos a carcajadas. “¿Y del número
ocho?...”. Y así estábamos de choteo hasta la una de la madrugada. Estaríamos
internos unos cuarenta alumnos, más los que venían a las clases.
Un
día, a comienzos de diciembre de 1971, la comida fue más pésima de lo habitual.
El caso es que no pude contenerme y, delante de mis paisanos y de las mujeres
que servían la comida, hablé mal del director. El incidente llegó a oídos de
don Carlos y me expulsó de la academia, aunque, más tarde rectificó y me
readmitió. Sin embargo, mi padre aprovechó aquel castigo para decirme que se
acabó el colegio para mí. Pasé unas vacaciones amargas, sobre todo al ver que
mis paisanos regresaban a los colegios después de la Navidad, mientras yo me
quedaba solo en el pueblo sin saber qué hacer. Sólo tenía una salida: marcharme
a trabajar. En febrero, harto de estar en casa y de no hacer nada, cogí un
autocar pequeño de un particular, que se dedicaba a hacer viajes piratas (de
forma ilegal) a Barcelona y me marché a trabajar.
Calle Arabial |
Un tiempo después,
cuando yo viajaba en ‘el Catalán’, el tren de Barcelona a Granada –en Cataluña creo
que le dicen ‘el Andaluz’, aunque han suprimido la línea hace unos meses, por
las obras del AVE en Antequera–, oí a un matrimonio francés que hablaba de don
Carlos Villarreal. Les pregunté y en su idioma me dijeron que eran amigos de él
y que los visitaba cuando iba a Francia. Recuerdo que don Carlos nos hablaba
con admiración de los diferentes quesos que comían los franceses, de su cultura
y de sus estancias en el país vecino. En la Academia Fides también dieron
clases en los años setenta el poeta Antonio Carvajal y el arabista Emilio de
Santiago, que falleció hace unos meses. Pero de esto me enteré hace unos años,
pues me costó trabajo reconocer a aquellos jóvenes profesores de entonces. Durante
bastante tiempo, perdí el contacto con Granada y no sé cuándo falleció don
Carlos Villarreal ni en qué año desapareció para siempre la Academia Fides.
Buscando información,
me he enterado que en las diferentes sedes que tuvo la Academia Fides se
reunían a veces los ‘poetas rojillos’ de aquella época –Pepe García Ladrón de
Guevara, Rafael Guillén, Elena Martín Vivaldi y otros intelectuales–, ya que
don Carlos Villarreal era un intelectual de izquierdas y también fue el mentor
y maestro del poeta Antonio Carvajal. Pero el mejor recuerdo que conservo de
don Carlos es que era comprensivo con los alumnos. En aquella ‘pollería’ –como le
llamábamos a la academia– vivíamos en la gloria pero me salió cara mi rebeldía
de juventud.
Posdata: la academia
tenía las entradas por la calle Ángel Barrios (donde se encuentra Granaforma) y
por la calle Arabial, a la altura de los garajes, por debajo de Granaforma.
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