Granada Sandoval nació en Cuevas del Campo (Granada) y es presidenta del Círculo Artístico Literario Semillero Azul, de San Joan Despí (Barcelona). Su novela, KIRHTSA. Fantasía inacabada, me ha encantado, sobre todo la primera parte, donde la autora va contando los avatares de su infancia. Hay que tener valor para escribir esas intimidades, que tanto daño le hicieron, pero que no todo el mundo se atreve a confesarlas: esto hace que uno la aprecie más. En la Introducción Personal escribe:
Yo sé que me he equivocado muchas veces, que he cometido
muchos errores (…), siempre he luchado por esquivar engaños y equivocaciones,
pero reconozco que muy pocas veces logré conseguirlo.
Hay que tener
la suficiente humildad para reconocer que a veces nos equivocamos y que la
culpa ha sido nuestra, y no echársela a los demás, como suele ocurrir. El Infierno son los otros, decía Jean
Paul Sartre.
Comencé, más o menos con diez años, a esa edad se me
desplegó un ansia tremenda por escribirlo todo… Porque yo crecí entre tabúes,
me desarrollé entre prohibiciones y complejos, y como es de suponer, maduré
también dándome vergüenza de enseñar lo que escribía, por temor, por defecto o
por timidez (…), los traumas de la infancia son caldo de cultivo para la
timidez y los complejos, y yo arrastro ese vivero. Sin embargo, adoro la
soledad, pienso que es la mejor universidad que existe; he aprendido más de mis
horas solitarias que en todas las clases de enseñanza recibidas.
Cuando una niña
crece en un hogar ajeno (con la abuela), como le ocurrió a Granada Sandoval, con los padres ausentes y la falta de
cariño, también crece la inseguridad, la desconfianza y todo el pesimismo que
podamos imaginar. Y es que, cuando los niños reciben cariño y afecto en la
infancia, se muestran seguros en la madurez. Me llama la atención las frases
que la autora le dedica a su padre:
Se marchó de este mundo como un alma perdida dejando un dolor
crónico en mi madre, que le impidió para siempre confiar en otro hombre, y a mí
me dejó un vacío afectivo que no he conseguido llenar jamás.
En poco más de
dos renglones, resume todo el sufrimiento que el padre causó a las dos mujeres.
Falleció a los 27 años, pero antes abandonó a su madre en dos ocasiones. El dramaturgo
español Fernando Arrabal vive en Francia, aunque últimamente no se sabe nada de
él. Cuando era un niño, su padre huyó abandonando a su madre, y nunca supieron
nada de él. Arrabal confesaba hace años que la ausencia del padre significó un
trauma para él, del que nunca se recuperó.
Para decir adiós en un último reguero de llanto al pasado
desastroso que me marcó de por vida…, una niña triste y solitaria, que vivió
llena de miedos infantiles…, que soportó comentarios infames: “A ver quién va a
cargar el día de mañana con ella siendo hija de quien es… A menuda perla le
debe la vida esta cría, su padre no pudo ser más sinvergüenza ni más gandul, si
la hija le sale al padre arreglados estamos”.
Parece que
estoy leyendo el diálogo de una obra de teatro y pienso que es cosa de la exagerada
imaginación del autor. Pero, ¿cómo es posible que una persona pueda ser tan
miserable y tan cruel con una niña indefensa? Dan ganas de gritarle: ¡Qué culpa
tiene la criatura de que su padre fuera así! Bastante tiene ya con tener que vivir
sin sus padres y en casa de la abuela.
Comentarios que dolían y formaban un muro de temor,
desconfianza y desconsuelo que jamás fue superado (…). Llevo un rato anegada en
llanto…, esta sensación de angustia e impotencia recordando la tristeza
infinita que se reflejaba en los ojos de mi madre…, ella sufrió siempre esclava
de su cobardía, se culpaba por no haber sabido imponerse a la familia…
¿Se puede
decir más con tan pocas palabras? Sandoval ha querido contarlo todo y
no dejarse nada en el tintero, ha querido transmitirnos todo lo que sufrió en
la infancia y en la madurez porque lo llevaba dentro de su alma. Y eso le
escocía. Pero, en la última etapa de su vida, se ha armado de valor y se ha
desahogado a gusto, porque sabe que ya no tiene nada que perder y ha querido
también ajustar cuentas con el pasado. Cuentan que Charles Dickens era
hiperestésico, seguramente porque fue abandonado por sus padres. Leer a David Copperfield y llorar es todo uno. La
autora se queja una vez más del trato que recibe, en sus escritos clandestinos:
(…), estoy harta de que me digan que soy rara, dicen que soy
rara, gandula y distraída, que soy muy “señorita”, que tengo “malas raíces”…
Y dos páginas
más adelante, nos habla de las consecuencias de una infancia infeliz:
Los errores de los educadores son el vivero donde se cultivan
los complejos, los miedos y las inseguridades de una criatura (…), el hecho de
no tener mis padres junto a mí como los demás niños, no tener una casa para
irme cuando algo se ponía en mi contra, se convirtió en un drama que amargó mi
niñez y marcó mi adolescencia (…), motivo por el cual se me desarrolló un
carácter retraído, huraño y desconfiado, algo que me ha atormentado durante
toda la vida.
Por eso,
debemos de considerarnos afortunados los niños que al menos nos criamos en casa
con nuestros padres. La abuela de Sandoval fue un personaje esencial
en su infancia, aunque tenía sus manías:
Mi abuela me había roto el cuaderno diciendo: “¡Te prohíbo
totalmente que vuelvas a escribir…, y a ver si te dedicas a cosas de
provecho!”.
Sin embargo, en
otra ocasión, le dio este sabio consejo:
“Tú deja correr el tiempo, hija mía, y sigue con paciencia lo que te vaya llegando que al final me darás la razón, todos vamos poco a poco encontrando nuestro sitio, tú con los años llegarás al tuyo”.
“Tú deja correr el tiempo, hija mía, y sigue con paciencia lo que te vaya llegando que al final me darás la razón, todos vamos poco a poco encontrando nuestro sitio, tú con los años llegarás al tuyo”.
A los veinte
años la autora se casó con un sastre pero, en octubre de 1963, escribe:
Mi vida era un círculo vicioso de frustraciones donde
navegaba constantemente sin encontrar salida…
Y más adelante,
las cosas van a peor:
Cuando empezó a llegar la muerte por mi casa, mi hija estaba
conmigo, se fue su padre, se fue mi madre, se fueron muchos otros familiares,
pero ella mi hija me enseñó lo más importante del mundo con una sola palabra,
“mamá, todo se va pero la vida sigue”.
Así es,
mientras hay vida hay esperanza. Y casi al final del libro, Sandoval
reproduce esta confesión, que escribió en enero de 2015:
… el temor de ver avanzar los años, lo alivio con sorbos de
ánimo voy reorganizando a KIRHTSA
poco a poco y rogándole a la vida que me dé unos cuantos años más para que mi
alma endurecida pueda seguir soñando.
De esta
manera, con los años, Granada Sandoval fue encajando en el
complicado puzle de la vida, tal y como le había pronosticado su abuela.
Entre las embarradas hojas de aquel cochambroso libro fueron
quedando noches de insomnio, frases absurdas y todas las ideas raras que se me
ocurrían, reconoce al final.
Y entre esas ideas raras describe el planeta KIRHTSA, una fantasía inacabada donde mezcla el mundo real con el mundo imaginario. De la tristeza, represión y timidez de la infancia, la autora quiere ahora seguir soñando en sus últimos años.
Y entre esas ideas raras describe el planeta KIRHTSA, una fantasía inacabada donde mezcla el mundo real con el mundo imaginario. De la tristeza, represión y timidez de la infancia, la autora quiere ahora seguir soñando en sus últimos años.
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